jueves, 27 de junio de 2019

El chico de Susana

“¿Por qué escribiste esa entrada en tu blog?” Esa fue mi primera pregunta cuando me encontré con él en un café. Se veía cansado, decaído y muy pálido. Parecía haber vivido en un estado constante de estrés y nerviosismo desde hacía varias semanas. Algo me dijo que no tenía que ver con la universidad. Estaba en la casa de mi tía Marita. Buscaba información en internet sobre la gestión de Susana Villarán y las empresas Oderbrecht y OAS. Contratos, videos promocionales, declaraciones y cualquier dato mínimamente interesante sobre lo que pasó en los 4 años en los que estuvo al mando de la Municipalidad de Lima. Mi comisión consistía en elaborar un recuento de ese periodo. Además del recuento, yo quería redactar un artículo o un reportaje. No me lo habían pedido, pero por esos días me sentía con mucha iniciativa y muy animado. Además de la información dura, tenía una veintena de escritos de diferentes periódicos y hasta un pequeño cuadro en mi pizarra, en el que conectaba los nombres y las empresas entre sí, pero no tenía ni una fuente. Había contactado con muchos, pero solo habían aceptado declarar los detractores de Susana Villarán; militantes de Solidaridad Nacional o del partido fujimorista. Incluso algunos apristas de las juventudes, pero yo los había rechazado de plano. Ni eran muy famosos ni tenían mucha autoridad moral para hablar de nada. Además, yo quería a alguien de su lado. Un miembro o simpatizante de Fuerza Social que hubiera estado en la cúpula del partido durante las campañas, o al menos que hubiera participado de ellas. Claro que ningún miembro o simpatizante quería hablar. Por teléfono, todos se limitaban a asegurarme que ni sabían de lo que pasaba ni tenían nada que decir al respecto. Muchos indicaban que solo eran simpatizantes y que nunca participaron en ninguna campaña, a pesar de que se les vio muy cerca de la exalcaldesa en más de una ocasión. Uno de ellos, que salía en media docena de videos y que incluso llegó a prestar su casa para el partido, llego a asegurarme que ni sabía que era Fuerza Social, ni Solidaridad Nacional y que de Villarán solo conocía el puente. Muy imaginativo, él. Muy astuto. Ya había abandonado cualquier esperanza de hacer mi artículo cuando me topé con un detalle interesante en las redes. Una minucia, en realidad. Un comentario lapidador en la página de Facebok de un colectivo juvenil que llevaba, sospechosamente, el mismo verde limón de Susana Villarán. Un tal Franco Ramírez despotricaba contra ellos y les decía, entre otras cosas, que “…el silencio es cómplice cuando se tiene algo que decir”. Muy original. Revisé por unos minutos el fanpage y reconocí de inmediato a los que allí aparecían. Miembros del Comité Juvenil de Fuerza Social. Una especie de órgano de choque que se creó, hasta donde sabía, durante el proceso de revocatoria del 2012 y que articulaba con otros grupos juveniles de Lima que se habían comprometido con la gestión de Villarán. Lo más que lograron, hasta donde me había enterado en mis años de colegio, es a organizar un plantón ordenado y muy nutrido frente a la Defensoría del Pueblo cuando Castañeda cerró el programa Oye, varón. Nunca le hubiera prestado mayor atención al asunto de no ser por un hecho que sucedió entonces y que me llenó de intriga. La página del post me indicó que este había sido eliminado. En la matriz, que todavía no se actualizaba, tuve tiempo de ver nuevamente el post, el comentario y el nombre del que lo hacía, Franco Ramírez. Lo apunté en mi agenda y apreté F5. El post ya no aparecía. Aun así, no hubiera profundizado de no ser porque, cuando entré a la foto de portada, la computadora me indicó que también había sido eliminada. Entré inmediatamente a la sección Fotos y me topé con que el colectivo estaba limpiando su contenido, pero no todo, sino solo aquel en el que aparecían los rostros más vinculados a Fuerza Social. Al rato, borraron también el logo de su página. Unos minutos después, lo borraron todo. Sin post, sin fotos, sin página. Terminé mi recuento tan rápido como pude, lo envié y busqué a Franco Ramírez en Facebook. Fue fácil reconocer su cuenta, llevaba una cajetilla de cigarros como foto de perfil. La primera publicación con la que me tope era sobre la última entrada de su blog. En su página, Ramírez se describía como un estudiante de ciencias políticas de la Ruiz de Montoya que gustaba del café, los cigarrillos y todos los buenos gustos de la pequeña burguesía, y en su última entrada se explicaba bastante bien el motivo de sus comentarios, así como de la repentina desaparición del fanpage. Básicamente, Franco Ramírez afirmaba haber sido un miembro del Comité Juvenil de Fuerza Social muy activo desde el principio, que llegó incluso a arriesgarse infiltrándose entre la gente de Castañeda Lossio para espiar las actividades del enemigo, y que se pasó varios meses activando en ese espacio, conociendo distintas partes de la ciudad, ajetreado al máximo con las actividades propias de una campaña y poniendo su dinero su tiempo y, lo que más parecía molestarle, su cara para apoyar la reelección fallida de la exalcaldesa. Con esa crónica en las manos, ya podía empezar a imaginar el porqué de ese comentario y las razones para la desaparición del fanpage. Cuando acabé de leer su texto me aboqué a mi recuento. Lo terminé como pude y lo envíe inmediatamente, sin darle mayor revisión. Estaba deseando liberarme de eso para dedicarme a lo que acababa de leer. Si lo que el chico decía era cierto, que parecía, entonces era muy probable que el chico quisiera hablar. Después de todo, había escrito una crónica en su blog personal, con su nombre y apellido en él. Sabía que no me podía mandar así, sin más. Si lograba contactar con Franco Ramírez, tenía allí mi primer artículo. De eso no me cabía duda, pero me preocupaba la veracidad de la historia. Si alguien la desmentía con pruebas contundentes, yo empezaría mi carrera con un desastre en la cara. Tenía que asegurarme. Durante los siguientes días me dediqué, básicamente, a buscar información sobre ese comité juvenil. La verdad es que no encontré gran cosa, pero ya me lo esperaba. Esos espacios nunca se constituyen formalmente y casi nunca sobreviven a la coyuntura de una campaña. Adicionalmente, los miembros de este parecían estar no habidos. Solo el líder de ellos era fácilmente ubicable, pero yo ya lo había contactado antes y no quería hablar. Casi sin ideas me quedaba cuando se me ocurrió algo. Un conocido de un colectivo que se formó luego del resultado de las elecciones del 2014. Lima Dignidad se formó con varios jóvenes que apoyaron a Villarán más por darle la contra a Castañeda que por lealtad a ella, y se me ocurrió que seguramente recordaban lo que pasó en esa campaña. Lo contacté ese mismo día y a las pocas horas me respondió. Me dijo que no tenía sus recuerdos muy claros y que el colectivo ya estaba casi desactivado. Quedaban muy pocos en Lima y ninguno que hubiera participado activamente. Sin embargo, me explicó que alguien que seguro recordaba algo y que podía ayudarme era un tal Mauricio Salvino. Un periodista argentino que llegó a Lima a cubrir las elecciones de ese año y se quedó un par de semanas después de eso. Me explicó que, luego de las elecciones se quedó en Perú unos días más, para escribir una crónica sobre la movida underground de Lima, con la que se había quedado fascinado. Lo emocionaba sobremanera la forma en que podían convivir, en un mismo espacio, anarquistas, marxistas moderados y hasta liberales. Según él, si alguien podía ayudarme, era él. Él me lo confirmó todo. La historia era cierta, e incluso me dio detalles adicionales que me ayudaban a rellenar os vacíos que dejaba la crónica de Ramírez. Me explicó cómo, durante la campaña, tuvieron a ese comité juvenil engañado con unas supuestas encuestas que arrojaban empate técnico entre Susana y Castañeda; y como los usaron como fuerza de choque, sin darles la oportunidad de cobrar ningún protagonismo, más por rivalidades políticas que otra cosa. Además, me comentó que recordaba a Franco y que él había sido uno de los más activos y comprometidos, y que todo lo que estaba en ese blog era cierto; y que imaginaba su decepción al enterarse sobre el escándalo con OAS y Oderbrecht. “Creo que es porque estaba encolerizado”, me respondió. “Los contacté y estaban más asustados de que los relacionen que enojados con Susana. Incluso la justificaban”. Su rostro estaba demacrado. Mientras hablaba, sus manos temblaban y fumaba exageradamente. Parecía estarse tragando una decepción inconcebible y, en su mirada, las lágrimas asomaban. Supe que no necesitaba preguntarle si quería hablar, sino cuándo tenía tiempo.
Después de unas coordinaciones a contra tiempo, pactamos un día para encontrarnos. El tiempo no paso tan lento esos días, llego el momento en el que podría hacerle las preguntas que quería y el contestaría con la verdad que necesita el mundo, llego la entrevista.